(recuerdo los tiempos de la fluoxetina, cuando este jardín más parecía un lamento, como ahora con la voz interna sobajeando el ego que se derrumba ante la fragilidad de la vida y sus viscicitudes (amelia adora esta palabra). el jardín de entonces lloraba por amor, y ahora que las plantas de palacio están florecidas es como si volviera esa melancolía (melancólica suena a alcohólica) dura de platos sucios o llenos de lavaza. un día de nubes bajas (como las de esta fotografía de mattew turley). y si me fuera a la punta de este cerro islandés?. los amigos andan tristes. cada maestrito carga con su secretito y no logro entender cómo se llega a ese estado de precariedad infinita del alma. cuando la vida llama con su fuego siempre encendido, yo me apeo a ella como si fuera un náufrago en el desierto. cuando el sol enciende su motor escencial, intento disfrutar su energía dorada como si fuese una polilla al rededor de una ampolleta. pero me cuesta)
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