25.10.06

el padre y la hija


rara relación. pocas veces se ven. el adn traspasado. mejor no hablar de ciertas cosas. igual se quieren.





con maradonna y ronaldinho

Taller de Periodismo













TALLER DE CRÓNICAS
interesados
llamar al 09-9290385
Valparaíso
(no se dejen engañar por la imagen)

saleros

Una escribe (o eso cree hacer) , el otro forja fierros oxidados


supongo que como no tenían patio, salían a hacer gimnasia a la vereda. Ahí estaban los cabros chicos vestidos de impecable blanco, haciendo cola para salir disparados en una atlética carrera. Y por la acera pasando gente. Entre ellos, un curado del puerto. En medio de la pista, tambalénadose más digno que ebrio les grito: ¡¿Acaso está mal pedir permirso?!... "Vaya calla'o no más", le grita el profesor acompañando su fineza de un pitazo. ¡Parecís mono huevón" insiste el borracho con el chico que ahora pasa por su lado. Eso fue en Avenida Alemania. Colegio Internacional. Primavera.

18.10.06

obseso

su obsesión se llama mujer
comer el cascarón no lo satisface
un mordisco profundo
lo dejaría en paz

el funcionario


El funcionario hizo cuanto pudo para demostrar su calidad como profesional.
Quería el puesto, quería poder, quería más plata. Eso incluyó lobby, caras falsas y alguna que otra reunión políticamente conveniente. Hasta que por fin lo consiguió.
Embadurnado de alegría miró al resto con orgullo. Secretamente pensó que eran una tropa de fracasados. Sin arrugarse pidió una fiesta de despedida. "De funcionario a Gerente", podría llamarse el evento. Pronto a alcanzar los 40, lo suyo era un verdadero logro. Su pasado de estudiante revolucionario, un lastre. Hoy día sonríe feliz.

11.10.06

stand by me

los regalos de amelia

NO GIRES LA CABEZA
UN MILAGRO ESTÁ DETRÁS

No gires la cabeza un milagro está detrás
Te acecha, te quisiera por él alterado:
Esta dulzura podría sobrepasar la Tierra
Pero prefiere estar ahí, como un sueño detenido.

Quédate inmóvil, y sabe esperar a que tu corazón
Se desate de ti como pesada piedra.

JULES SUPERVIELLE
(Poeta francés nacido en Montevideo-1884)
De "El condenado inocente"
Traducción: Claire Deloupy

5.10.06

San Flaco

"sin darme cuenta voy cayendo en cruz hacia el cenit"
L.A.S.

INGRID LA GALLA GALLERA

Ingrid se autoproclama “la única gallera chilena”. Tiene 21 años y es guapa y dura como sus animales. Mientras los entrena les advierte a sus gallos que el que no guapea, se va a la cazuela. Los defensores de los animales la deben considerar un monstruo. Ella no está ni ahí. Su filosofía es simple: todos los animales terminan en una olla. Pero los suyos tuvieron la oportunidad de ser héroes.

Por Alejandra Delgado y Guido Flores Santander

Los gallos siempre la picotean. Ingrid tiene manos y piernas rasguñadas. Moreteadas. Son gallos de pelea, nacieron para agredir. Y el que puede llegar a ser un campeón se le nota desde que es un polluelo. Por eso Ingrid aguanta. Los entrena, los alimenta, los quiere ver ganar en el ruedo.
Uno de ellos se veía triunfador. Era un colorado machetón, lindo. Pero maletero. Un día en que Ingrid le estaba pelando los tutos, el gallo le dio un zarpazo y le dejó la cara sangrando.
-¡Cagaste gallo maricón!, le anunció.
Segundos después, el cogote del animal estaba retorcido entre las manos de Ingrid.
-¿Te imaginai me hubiera tirado la garra en un ojo?, pregunta como si estuviera tuerta. -Nooo... ¡El desgraciado tenía que morir!
Los gallos de Ingrid escuchan cada día su ronca voz que le advierte durante los entrenamientos: “¡Aquí, la que manda soy yo!”
Trata de quererlos a todos por igual. Pero el que no le cae en gracia corre la suerte de ir a parar a la olla.
-¡Pa’ la cazuela!- dice cada vez que un gallo es malo para pelear. Ingrid lo sabe porque el animal “pasa en el suelo. Tira patadas y se cae. ¡Malo!”.
Por eso, como en el amor, Ingrid practica eso de no encariñarse con ninguno. La última vez que lo hizo, lo pasó mal. Era un gallo ancho, de cresta grande. Tenía diez peleas en el cuerpo, todas ganadas. El año pasado la había hecho ganar el campeonato en Santiago con la “polla” -la pelea más rápida-. 40 segundos. Una joyita. Murió degollado en la pelea 11. Terrible.
-A ese no lo regalamos, tampoco lo comimos. A ese lo enterramos- revive con pesar.
Ingrid, la única gallera chilena -como se autoproclama- tiene 21 años y además de brava es atractiva. Su padre, Pedro Hernández es uno de los más importantes criadores de gallos de pelea que existe en Pocochay (V Región). Cuando Ingrid tenía 13 le dijo que tenía que ayudarlo. Hernández cojea, le cuesta. Y como el primogénito de la familia se botó al carrete y las mujeres, a Ingrid no le quedó más remedio que aceptar. Pero a regañadientes. Odiaba tener que darles agua y comida “¡todos los días!” a esos animales. Refunfuñaba.
-Después fui cachando que los gallos eran bacanes. Cuando los vi pelear ¡Ahh!... ¡Ahí ya me entusiasmé!. Y cuando ganan la satisfacción es única. Uno dice:¡Chucha! No fue en vano todo lo que hice.
Y no es poco decir.

GALLO “MAMÓN”
En la actualidad su rutina comienza a las ocho de la mañana. Agua y comida para los 180 gallos que tiene en su patio. Entonces viene el entrenamiento: Ingrid aletea a sus gallos por 10 minutos. Los corretea de allá y para acá. “pa’ que boten la grasa y estén lindos. Duritos. ¡Pura fibra no más!”.
Luego los torea con un poncho especial de color plomo. Instala a un gallo que sirve solamente pa’ hacer pelear al otro. Con el poncho lo aviva, lo domina, lo da vuelta, hace que corra, que estire las patas sueltas. Pero sin echar pico como le llaman en el deporte gallístico a la acción del gallo cuando le agarra las plumas a su contrincante antes de soltar la patada.
-Si echa pico pierde tiempo y la idea es que se adelante, explica con una voz ronca.
Agrega: “Hay gallos que son mamones, que toman solamente la cabeza y recién tiran las patas. Esos huevones no sirven. A esos los matan en breve. Pa’ eso sirve el poncho, pa’ ayudarlo a que no sea mamón”.
Usar el poncho no es cualquier maniobra. Cada entrenador tiene su secreto. Y pocos lo comparten. Pero Ingrid va a los campeonatos, utiliza sus encantos y conversa con los preparadores a ver si le sueltan alguno de sus misterios.
-Les trato de sacar información: qué vitaminas, cual entrenamiento, qué comida. Y sobre todo trata de cachar que onda con el poncho. Aunque me carga, me tengo que hacer la linda. Son poco lachos los viejos, pero no importa...
Claro, no falta el curado que se le tira. “Pero los paro en seco”, dice. “Nunca les echo un garabato, pero sin ningún respeto, les echo la foca”.
Ingrid se esfuerza por que sus gallos de peleas ganen antes de los 30 segundos, pero ninguno le ha salido tan bueno.
-Lo que ganan rápido son de Puerto Rico y cuesta mucho conseguírselos. En todo caso tiene sus debilidades porque pasando los cinco minutos ese gallo no da ni una, es un chicle parado. En cambio el chileno es aperrado.
La preparación física culmina con una buena pelea entre sus gallos. Esta vez sin cachos de plásticos que son los que les colocan en las patas. Entonces puede observar su estilo.”Que no se caiga, que vuelva al tiro. Y si se arranca... ya saben: ¡Pa’ la cazuela!”
Tipín dos y media de la tarde Ingrid hace un break y almuerza junto a su madre. Rubí, la novela de la tarde, “La del Mega”, la refresca un rato la mente.
De ahí, a pelarle los tutos a los gallos para que no se “corten”- se cansen-.
La idea es que queden impecables. Listos para pelear.

DIA DE PELEA
Dos de la tarde en Quillota. Sol. Demasiado sol. Un camino de tierra conduce al coliseo gallístico del Boco, un sector ubicado en la Quebrada del Ají donde cada domingo la “Agrupación de criadores de aves finas Camilo Enrique Vicencio” se reúne para ver a sus pupilos vencer en el ruedo. Desde la entrada se puede escuchar el canto de cientos de gallos de pelea. En medio de verdes colinas, los miembros de la agrupación edificaron un recinto de madera que se asemeja a la sede de una junta de vecinos. Adentro, el ruedo. El círculo donde se enfrentan los gallos. Ha sido pintado de rojo, “para que no se vea la sangre que salpica”, como comenta un aficionado al deporte gallístico. Al rededor hay butacas de plástico y tras ellas, galerías de madera. Todo muy sencillo. Muy familiar.
Ingrid llega en un furgón blanco marca Susuki que se quedó sin radio la última noche en que salió a carretear junto a su amiga del alma. Se la robaron.
-Chita que estai grande Ingrid, le dice un gallero porque la ve manejando.
Ella ejecuta una mueca de hastío. Siempre los mismos comentarios. Murmulla unos garabatos mientras baja a sus gallos del furgón.
En un rústico galpón que precede al ruedo una mujer teje a crochet concentrada. A su lado un niño colorín levanta en brazos a su pequeño hermano esperando ansioso que comience la primera riña. Afiches de los distintos campeonatos, tipos de gallos, normativas llamando al fair play entre los entrenadores adornan las paredes del local. Un poco más allá, un corredor muestra una hilera de habitaciones de madera. Son los gallineros, una suerte de camarín donde se preparan a las aves antes de salir al coliseo. Allí está Ingrid junto a su padre y los cuatro gallos que trajo para esta jornada.
Suena la campanilla anunciando el inicio de la jornada gallera. De pronto entra en escena “Miguel Ángel”, un gallo de catálogo: plumas rubias sobre el lomo, mezcladas con otras de azul intenso, cuatro kilos quince de peso. Todo un campeón.“Este hace maravillas con las patas”, asegura su dueño mientras le masajea las piernas rojas y le rocía un fuerte líquido con spray.
Poco después aparece “Regalo”, un gallo negro, mismo peso, misma estampa. Con suavidad, sus dueños lanzan a las aves al centro del ruedo “para que tiren las patas, para que se calienten”. Antes de tocar el maicillo del reñidero se picotean. Se miran con furia. Despliegan sus alas con fuste. Comienza el embate. El público arenga a sus favoritos.
-¡Eche pico mijito!
-¡Busque gallo!
-¡Uno más y lo tiene!
Suenan los aleteos. Se suceden los zarpazos. Vuelan plumas. Miguel Angel y Regalo se enredan. Aguantan los estoques. La sangre aflora por amplios tajos en la piel.
-Cacho, grita uno. Su gallo rompió el cacho y tiene que cambiarlo.
Hecha la operación, los animales vuelven al ruedo. Un cronómetro electrónico instalado en uno de los mástiles de álamo que sostiene la estructura del sencillo coliseo reanuda el compás del combate.
-¡Pelea de frente, mijo!
-¡No se dé vuelta!
-¡Qué está haciendo!
“Aquí los que gritan es porque van perdidos”, susurra alguien.
No se equivoca. El reloj marca los doce minutos reglamentarios y la pelea termina sin ganadores. Tabla, le llaman. Nadie celebra. Los gallos malheridos pasan directo a la “UCI”, como llaman en el circuito a la improvisada enfermería.
-¿Perdió el ojo?, pregunta alguien.
-No, es sólo un derrame, con una semana a oscuras se arregla todo, le contestan.

INGRID ENTRA AL RUEDO
Le toca el turno al gallo de Ingrid. Es un colorao machetón. No tiene nombre propio. Ingrid así lo prefiere. Dice que de ese modo no se encariña. A ella le gusta su pasión, su bravura. La fineza con que pelean.
-Se están muriendo, pero ellos siguen ahí parados, fuertes-, dice.
Los hombres del ruedo la molestan.
-Gallo maricón, gritan.
Ella eleva el mentón, sigue como si nada.
Su gallo alarga el gollete haciendo chispear su cresta, sacude el buche y lanza virulentos picotazos. Su rival le devuelve con furia. Se agarran las plumas. El de ingrid tira al otro sobre el maicillo. El contrincante se levanta rápido y manda un barajo. Otro. El gallo de Ingrid rompe el cacho. Ella, altiva, entra al ruedo. Acaricia las alas de su animal, le soba la rabadilla, endereza su pescuezo. Cambia el cacho.
-¿Como te quedó el gallo? la molestan.
Ingrid los ignora, pero su papá no. Y se lanza sobre el bocón tirándole un manotazo.
-No se rebaje a pelear con ese mugriento- le implora al padre.
La pelea sigue ahora afuera del ruedo. Hay que separarlos. El árbitro recuerda que aquí los que pelean son los gallos, no los hombres. Que este es un deporte de caballeros.
Ingrid se reacomoda. Su figura cruza el recinto menuda, frágil, incluso altanera. Sigue alentando a su gallo.
-¡Búsquele, búsquele mijo! ¡Pelee de frente!, ¡dese vuelta pues!
-Ahora si que lo despacha, dice uno.
No se equivoca.
Dos minutos, cinco segundos y el contrincante cae degollado. Ingrid vuelve a entrar al ruedo para recoger a su animal victorioso. Mira con saña y se pregunta si acaso el gallo que ha perdido será como su dueño.
Puede ser.
Ella se queda un segundo en el centro del ruedo disfrutando el placer. Su gallo acaba de matar al otro. Desplegó sus alas y cantó, tal como a ella le gusta. Ni se fija que tiene las manos llenas de sangre.

LA VIA CHILENA HACIA EL ABORTO

LA VÍA CHILENA HACIA EL ABORTO
(CRÓNICA PUBLICADA EN AGOSTO DE 2003)

Durante los últimos seis meses de la Unidad Popular, un equipo del Barros Luco realizó 3 mil abortos gratuitos y perfectamente legales. Su éxito fue tal que se pensó en extender el modelo al resto del país.
Tras el golpe de Estado, el equipo permaneció tres días encerrado en el hospital atendiendo partos, heridos y tratando de sobrevivir.
Una metáfora sobre un país que muere y otro que viene al mundo cubierto de sangre.

Por Piero Montebruno y Alejandra Delgado

Todos en el Hospital Barros Luco la conocían como “La Máquina”. Parecía estar hecha con dos lavadoras pegadas y aspiraba con un ruido suave como el de un sorbeteo. Los fluidos circulaban limpiamente por sus tubos de plástico transparente hacia los desagües. No producía dolor y era rápida.
En marzo de 1973, cuando comenzó a trabajar a plena capacidad, “La Máquina”, permitió a los médicos de ese hospital hacer casi 500 abortos mensuales.
-La intervención duraba tres o cuatro horas y las pacientes se iban a casa caminando. Yo les preguntaba si les dolía y todas me decían que no- recuerda la auxiliar Violeta Espíndola.
“La Máquina” es uno de los capítulos más olvidados de la Unidad Popular. Aquel en que se permitió a todas las mujeres del sector sur de Santiago y con tres meses de embarazo, abortar gratis, sin burlar la ley y con supervisión médica.
Entre marzo y septiembre de 1973, en el Barros Luco, el aborto fue, en la práctica, legal.
-Desde que empezamos con “La Máquina”, las mujeres no pararon de llegar. Cada día venían más. Venían de todo Chile. Simulaban vivir en la zona sur, y listo… Nosotros no podíamos negarnos a atenderlas. Venían hasta señoritas que se notaba tenían estudios o eran de situación-, describe la auxiliar María Elena Flores.
El equipo médico no tenía conflictos éticos para realizar este trabajo.
-Habíamos visto morir a muchas pacientes como consecuencia de los abortos clandestinos- explica María Elena.
-Las mujeres llegaban con palillos de tejer, con palos de coligüe, con alambres que sacaban de las rejas. Se hacían lavados con agua oxigenada, lavados jabonosos, lavados con permanganato. También se metían aspirinas. A muchas las vimos morir- recuerda la matrona Gloria Santander.
Durante gran parte de 1973 un promedio de 20 mujeres diarias llegaron hasta el Barros Luco para ser tratadas con “La Máquina”. Y la mañana del 11 de septiembre no fue la excepción.

DIA 1

La auxiliar María Elena Flores era la encargada de dar las horas para los abortos. El día del Golpe llegó al Barros Luco a las 7 de la mañana cuando la Armada había tomado el control de Valparaíso y el Presidente viajaba rumbo a La Moneda escoltado por los GAP . Media hora después oyó en la radio Corporación el primero de los cuatro discursos con que Allende puso fin a una época. Y tuvo la certeza de que esta vez el Golpe era en serio. Llamó a su madre y le pidió que juntara agua, comprara porotos y no dejara salir a los niños a la calle. Luego se dirigió a la sala de espera y les pidió a las pacientes que se volvieran a sus casas.
Las mujeres estaban al tanto de lo que pasaba, pero no querían irse. Había desesperación en el rostro de muchas.
-De aquí no me muevo- dijo una. Varias asintieron. Algunas tenían ya tres meses de embarazo y perder la hora implicaba recurrir a los abortos clandestinos.
Para entonces los tanques ya rodeaban La Moneda y el Presidente tomaba conciencia de la magnitud del movimiento. A las 9, la radio transmitió sus últimas palabras. También, los bandos militares que abortaban la UP y la democracia.
María Elena se subió a un banco y gritó.
-Dicen por la radio que van a matar al Presidente. Por favor, vuelvan a sus casas.
Apenas terminó de hablar comenzó la balacera. Y se produjo el desbande.
María Elena se unió al equipo de la maternidad para atender partos. Recuerda que su marido llegó hasta el hospital y le suplicó que volviera a la casa. Le contó que los militares estaban por todas partes. Que había muchos detenidos y heridos.
Ella le dijo que no se iba. Habían pacientes hospitalizados, mujeres que estaban por parir. Debía quedarse para ayudar.
María Elena lo acompañó a la puerta del Hospital por Gran Avenida. Lo que vio aún está grabado en su memoria. Es la imagen de las grandes alamedas vaciándose.
-Parecía como en la guerra, cuando la gente emigra. Cientos de personas se alejaban del centro caminando. Algunos llevaban a sus niños al hombro. Otros llevaban sus zapatos en la mano porque venían andando desde la Alameda. Yo me despedí de mi esposo, le pedí que cuidara a los niños y él se sumó a la marcha de los que no tenían otra que ir y meterse lo más dentro que pudieran de sus casas.
El toque de queda comenzó a las seis de la tarde. Pero ya a las tres sólo estaban en la calle los dispuestos a batirse a muerte.
-Era tanta la tensión con las balaceras, que las mujeres que estaban en el Embarazo Patológico empezaron a parir antes. Fue una cosa de locos, recuerda María Elena. Agrega: “las recibíamos, les poníamos las etiquetas y las dejábamos ahí, ¡piluchas!. No había tiempo para nada más. El 11 trabajamos toda la noche recibiendo guaguas”.
Nadie durmió. Tampoco las siguientes noches. El encierro del personal médico duró tres días durante los cuales la maternidad de transformó en un mundo aparte. Allí vinieron al mundo los primeros nacidos en dictadura.

ABORTOS

Los abortos que se hacían en el Barros Luco no eran el resultado de ninguna reforma legal. Se hacían simplemente porque el personal de la maternidad, había decidido hacer algo frente a la cantidad de muertes y lesiones graves que provocaban los abortos clandestinos.
La decisión correspondía al espíritu de una época. Durante la UP la idea de legalizar el aborto ganó terreno incluso en los sectores más impensados. Por ejemplo, en la revista Paula, propiedad de Roberto Edwards, hermano del dueño de El Mercurio, Agustín Edwards. En ese medio se publicaron varios reportajes a favor de su despenalización. Incluso, el mismo mes del golpe ese medio llevó en portada un artículo titulado “MÉDICOS SE DECLARAN A FAVOR DEL ABORTO LEGAL”.
El razonamiento que ganaba fuerza era muy simple. El aborto existía, con o sin supervisión médica. Las mujeres llegaban a los hospitales después de los más brutales intentos por interrumpir su embarazo. En el Barros Luco, morían decenas de mujeres al año por infecciones o anemia. Para los médicos de ese hospital, negarle la atención a una mujer decidida a poner fin a su embarazo era obligarla a recurrir a las aborteras. Todo el personal del sector de abortos del Barros Luco sentía responsabilidad por esa omisión.
La solución fue usar el aborto terapéutico en su sentido más amplio. Al punto que si una mujer manifestaba claramente no desear su embarazo, se consideraba terapéutico interrumpirlo.
El doctor Aníbal Faúndes fue de los puntales de esta nueva forma de enfrentar el aborto. Para él el punto de inflexión resultó ser la asamblea de marzo de 1973 en la que participó todo el personal médico del área de abortos del Barros Luco. Allí se decidió que los únicos requisitos para abortar eran vivir en el sector sur de Santiago y tener menos de tres meses de embarazo.
-Lo que permitió que todo esto ocurriera fue la participación colectiva en las decisiones, algo muy propio de la Unidad Popular. Esta decisión no la tomamos los médicos sino todo el personal del sector de abortos. Si no hubiese sido así, las auxiliares que tuvieron que trabajar el triple, no habrían aceptado. Fue el concepto de compromiso popular lo que permitió que ocurriera todo- dice Faúndes desde Brasil, donde vive su exilio desde 1973.
A 30 años de la experiencia del Barros Luco y con la sociedad chilena marchando en sentido contrario, Faúndes defiende lo que se hizo en ese hospital, como una forma participativa y humanitaria de enfrentar un problema médico.
-Aborto hubo antes del Golpe y después del Golpe y habrá siempre. Lo único que cambia es cuánto riesgo corre la mujer. Nosotros no hicimos más abortos de los que había. Sólo los hicimos menos peligrosos.

EL AVIÓN

El doctor Aníbal Faúndes estaba de turno ese martes de septiembre. Los otros dos médicos que debían acompañarlo, militaban en partidos de la Unidad Popular y debieron esconderse.
-Entré al hospital el martes 11 y no salí hasta la mañana del viernes. Agrega: “Al final, quedé sólo con algunos auxiliares, los internos, los becados y las matronas. Varias veces los milicos entraron a la maternidad. La primera vez, incluso disparando. También llegaban balas perdidas. Una de ellas entró a preparto; otra, a la sala de raspados, y se alojó en una caja de cirugía.
De las matronas que se quedaron, dos eran militantes del Partido Comunista Cuando llegaron los militares, Faúndes se las ingenió para ocultarlas improvisando una intervención quirúrgica. Pensaba que no se atreverían a ingresar a un pabellón en marcha. Pero entraron igual “con uniforme y apuntando sus ametralladoras. Yo dejé a una de las matronas cerrando la piel y salí con ellos haciéndome el leso. Al principio querían llevarme preso. Yo les dije: “si ustedes me llevan, no queda ningún médico en la maternidad y ustedes ven como está lleno de gente”.
María Elena recuerda que otro grupo de soldados irrumpió en la sala de partos:
-Entraron de sopetón, mientras las mujeres estaban teniendo sus guaguas. Ellas gritaban: ¡no me maten, no me maten!. Por los altavoces se escuchaba que pedían que la gente se rindiera. Me acuerdo que un milico me gritó: “¡¿por qué las guaguas están desnudas?!” “Porque así vienen al mundo”, le respondí. Menos mal que no me oyó.
Para la matrona Gloria Santander, el peor momento fue cuando “llegaron los aviones. Eso fue impactante. Yo estaba en el tercer piso intentando comunicarme con mi marido, cuando veo pasar frente a la ventana un avión. ¡Justo en frente mío! El avión se metió entre las dos alas del edificio y se elevó. Con el viento se abrieron las ventanas. ´Aquí se acaba todo´, pensé.
La maternidad comenzó a ser desalojada.
-A las guaguas se las llevaron hasta el claustro que había a la entrada del Hospital. Las monjas ayudaron a cuidarlas, dice Violeta.
La auxiliar Alicia Morín recuerda a un par de doctores en el techo de la maternidad tratando de derribar al avión.
-Después llegaron por lo menos tres helicópteros y comenzaron a dispararnos. Una veía las balas salir una tras otra, en filita- agrega Morín.
Durante todo ese día, María Elena recuerda el permanente sonido de una balacera. Provenía de los enfrentamientos en textil Sumar y de los combates en la población la Legua. En un momento, la balacera se hizo ensordecedora.
-Me acuerdo que por la radio dijeron que iban a bombardear el gasómetro que quedaba cerca del Barros Luco. Dijeron que cientos de metros a la redonda iban a desaparecer incluido el hospital. Sentimos pánico. Nos sentamos en las escaleras que estaban a la salida de Planificación Familiar. Nos tomamos las manos esperando que viniera la explosión. Teníamos claro que nos íbamos a morir. La balacera era tremenda. De repente se acabaron los disparos y vino un silencio sepulcral. Yo pensé que estaba muerta. Nos empezamos a tocar, para ver si era cierto. Después nos paramos y seguimos trabajando. ¡Fue terrible!
Esa noche, el doctor Faúndes le pidió un favor especial a María Elena.
-Oye, Mona. Córtame el pelo mira que si no me llevan por comunista, me van a llevar por maricón- le dijo.

DÍA 2

El 12 de septiembre no hubo locomoción en Santiago. María Elena recuerda que las embarazadas llegaban hasta el servicio caminando apenas, jadeantes, listas para dar a luz.
-Una señora llegó en estado de shock a punto de parir. Gritaba ‘¡estos milicos conchesumadre!’ Nos contó que viniendo para el hospital vio a muchos muertos en las veredas. Se quiso agachar pero le dijeron: “ya infeliz, sigue andando si no querís correr la misma suerte”.
María Elena también recuerda a una mujer que llegó con el vientre atravesado por una bala.
-Ella se salvó, pero su guagua estaba muerta. Son cuestiones que no he podido olvidar nunca.
Durante todo el día llegaron camiones con heridos. Y también con muertos.
-Los tiraban como perros en el edificio de Anatomía Patológica. Nosotros les sacábamos el carnet y los quemábamos en el incinerador. No queríamos que los milicos supieran quiénes eran y persiguieran a sus familias.

DÍA 3

Unos días después del golpe, Faúndes viajó a una reunión médica en Miami.
-Mientras yo estaba afuera apareció una lista de médicos peligrosos, todos los cuales fueron detenidos y mandados a la Isla Dawson. Mi esposa se enteró y me avisó para que no volviera. Durante 11 años no regresé a Chile.
En 1984 estuvo de paso con ocasión del aniversario de los 21 años de la Planificación en Chile y aprovechó de visitar la maternidad del Barros Luco.
La auxiliar Violeta Muñoz lo vio sentado en la escalera mirando hacia el sector de abortos. “Se le caían sus lagrimones”, dice la auxiliar.
-Aunque no me crean, yo amo esta maternidad- dijo Faúndes a The Clinic.
El 13, María Elena logró salir recién del Hospital. Cuando regresó una semana mas tarde se enteró que las nuevas autoridades la consideraban persona “no grata”. Por orden militar quedó con detención domiciliaria.
Sólo pudo volver a trabajar en diciembre. Pero todo había cambiado.
-Las autoridades no eran las mismas. Todo estaba vigilado por militares. Mucha gente no volvió. Varios dirigentes del hospital estaban detenidos. El Barros Luco se convirtió en una sombra. Nadie hablaba y ya no se estaban haciendo los abortos. Nunca más vi ´La Máquina´. ¡Vaya usted a saber en manos de quien quedó!”.
La auxiliar Violeta Espíndola cree saberlo:
-Durante mucho tiempo se comentó que ´La Máquina´ se la llevaron a la FACH.

4.10.06

"mujer saliendo del psicoanalista", pintura de remedios varo (1960)


Para exorcisar los TDR, me dijo una amiga. Un TDR es una referencia para hacer algo bien. Una idea técnica a la que no se le escape detalle alguno. Un formato que puede hacer que un pez se quede hasta tarde en su oficina mirando el computador.

bailas?

cerveza

caja de sorpresas

holly


Truman se quejó de que esta actriz haya interpretado el rol de su alter ego, el mejor personaje femenino que haya creado. Truman y sus horas negras, las mismas de Holly. pero esta chica refinada de la foto no puede ser Holly. Tan rubia, tan loca.

tampax (léelo fuerte)


cuando un hombre ama a una mujer
de entrada, la sienta en sus rodillas
tomando cuidado de levantarle el vestido
para no estropear sus pantalones
porque tela sobre tela
gasta la tela
enseguida, verifica con la lengua
si a ella la operaron de las amígdalas
si no, sería contagioso
después, como hay que ocupar las manos
busca, tan lejos como pueda
y rápido como constata
la presencia efectiva y real de la cola
de una laucha blanca manchada de sangre
y tira, tiernamente, del hilito
para tragarse el tampax

eso...
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