6.11.05

collar de perlas

La rueda de la bicicleta giraba su brillo circular cuando de pronto su dueña notó que algo resplandecía sobre el asfalto. Le pareció ver un collar d eperlas. Frenó en seco. Miró hacia todos lados para ver si la propietaria de dicha joya no rondaba aún por el lugar. Nadie. Entonces se precipitó sobre el collar y lo tomó. Trepidante. Esas perlas olían a perfume de mujer antigua. ¿Qué cresta hacían en una ciclovía? se preguntó. No cabía duda, pensó, aquello era una señal, el modo intimidante que la vida tiene de enseñarte ciertas rutas. Si su especulación resultaba no ser el fruto de su delirio habitual, esas perlas podían representar un nuevo momento y había que tomarlo. Por asalto y ya. Colgó el collar de su cuello. Notó que no hacía juego alguno con la ropa que llevaba puesta, con su pelo enmarañado, con el rostro ajado. O tal vez sí. La estética no importaba tanto en ese minuto como ejecutar la alegoría. Reemprendió el pedaleo.

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