25.11.06

desmedido

encontró la huella más cancina en el cuello del muchachín que la rodeaba con gustosos besos de manzanilla, en la piel exacta de su fugaz visión, como la mariposa candente que siempre fue. Su amigo querido que era músico, buscó por todos lados un rastro de la bella juana, la del rímel corrido, y el vestido roído. La otra que era sorda, no sabía donde guardar sus lentes de contacto que tanto tacto le habían enseñado, ya sea por la posibilidad de tener una visión general de las cosas, ya sea por el modo en que miraba, como si fuera un pioja milonguera. Cuando la pieza quedó vacía se sacó el calzón de sopetón y se metió la mano cochina, la que había metido hace poco en el manjar con nueces pasado por el cedazo del amor vago y tenue. LLovía como si el mundo se fuera a acabar en ese mismísimo minuto en que la chica ensendía el pucho maloliente como su aliento. basta de bromas, esto no es un juego. La fiesta se terminó. Mudó al segundo piso, el de las mujeres desconsoladas.

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