14.9.07

Michel Polnareff:
El muñeco que dijo no

EFE EME | 12/09/2007
Una sección de CARLOS TENA.


Uno de los personajes que me tenían más tirria en mis años mozos de radio era, ni más ni menos, que el mismísimo director de la emisora. Sus burlas e ironías fáciles acerca de la música que me gustaba, llegaban casi siempre al muladar de la sorna barata, comentando, por ejemplo, lo maricones que debían ser los Beatles y ¡cómo no¡ lo afeminado y sarasa que resultó un tal Michel Polnareff. Aprovecho la ocasión para agradecerle públicamente sus denuestos y chacotas de saldo, mientras entorno la mirada y recuerdo el momento en el que Fernando Salaverri, a la sazón encargado del Departamento de Promoción de discos Hispavox, me obsequió con un extended play en el que figuraba como canción estrella el tema titulado “La poupée qui fait non”, que a su vez me traía a la memoria a una tetuda amiga francesa, a la que nunca me pude llevar al catre, pese a haber desplegado con ella todos mis encantos. No bastaron.

Misterioso entre los misteriosos, Michel Polnareff jamás figuró, para quien firma estas líneas, entre los alegres e infantiles copains musicales de la vecina Francia, distanciándose de forma inteligente de personajes banales de los años sesenta (Richard Anthony, Sheila, Les Surf, Marie Laforet, etc.), tal vez por ser un extraordinario pianista formado en los colegios y academias más exigentes de la Ciudad de la Luz, tal vez porque su condición de homosexual militante, le hacían retraído y tímido en extremo, hasta tal punto que las negativas acostumbraban a salir de su boca, con la misma facilidad con la que componía. Su primer no fue a la revista Salut les Copains que le propuso una “entrevista íntima”, en la que ya se adivinaba el amarillismo que la distinguió durante décadas.

Hoy, sin embargo y a su pesar, Michel forma parte de las leyendas vivas de aquellos llamados ye-yés, incluso para quienes jamás le apoyaron; un personaje valiente y orgulloso de su condición gay, capaz de encerrarse en la habitación de un hotel durante dos meses para componer sus bellísimas obras, o de huir a California harto de la incomprensión de sus paisanos. Polnareff es un artista “aparte” en la escena musical francesa, un grandísimo compositor que ha sabido sobreponerse a toda clase de obstáculos en su carrera hacia la fama, para entregarnos una serie de canciones inolvidables, algunas de las cuales han merecido la atención de determinadas estrellas del rock en los últimos años del siglo XX. Un honor, al parecer reservado a determinados autores del orbe anglosajón, que no obstante han merecido creadores galos como él, Jacques Brel y Serge Gaingsbourg; cosa que ningún grupo o solista español han conseguido hasta hoy.

Nacido en Nérac, en el departamento del Lot-et-Garonne, el 3 de julio de 1944, y una vez terminada la II Guerra Mundial, la familia regresa en París. Su padre, Leib Polnareff, era un notorio músico que actuaba bajo el seudónimo de Léo Poll, colaborando, entre otras cosas, para estrellas de la magnitud de Edith Piaf. Su madre, Simone Lane, una antigua bailarina de origen bretón, ejerció igualmente una gran influencia en la decisión del joven Polnareff, que fue educado en una atmósfera donde la música era la más mimada de las artes. A partir de los cinco años tocaba el piano como un pequeño Mozart, y muy rápidamente, se convertía en un brillante instrumentista. A los once, el niño se descuelga con el primer premio de solfeo en el Conservatorio de París.

Cuando cumple diecinueve, después de terminar el bachillerato, se ve obligado a servir a la patria en el servicio militar, periodo durante el que se ocupa de dirigir la banda del cuartel. Pero, a partir de 1964, prefiere instalarse sobre las empedradas colinas del Montmartre parisino, con una guitarra al hombro y su voz de contralto. Pasa entonces algunos meses ensayando en la calle, por cierto con éxito, hasta que en 1965, obtiene el trofeo de la revista Disco Revue al mejor autor, patrocinado por el club Locomotive, que era en aquella época como el Rock-Ola madrileño de los ochenta. El premio es un contrato en Barclay, famosa casa de discos parisiense, pero Polnareff, que ya navega a contracorriente, rechaza el galardón para acudir a Lucien Morisse, dueño de la estación de radio Europe-1, que le hace firmar bajo los auspicios del sello AZ.

Por aquel entonces, Michel era ya un personaje muy interesado por los últimos hallazgos tecnológicos, así que en cuanto tuvo oportunidad se fue a grabar a Londres, ciudad donde los estudios y los ingenieros de sonido parecían mejores que en el resto de Europa. Como muestra de su tozudez y ánimo, el chaval logra incluso la hazaña de contar como invitado especial de su primer disco al guitarrista de Led Zepelín, Jimmy Page. El 26 de mayo de 1966, “La Muñeca que decía no” obtiene un triunfo sin precedentes, éxito que palidece ante el clamo que levanta el siguiente EP, “Love me please love me”, cuya introducción al piano preludia un contenido mágico para una melodía romántica hasta la extenuación. A partir de ese momento, los éxitos fueron poblando sus vitrinas, como el Premio de la Crítica Francesa, la Rosa de Oro de Antibes, editando sin prisa pero sin pausa, canciones de enorme calidad como “Holidays”, “Sous quelle etoile suis-je né?”, “Le Roi des fourmis”, “Ame câline”, “L`Amour avec toi” (que provocó un escándalo mayúsculo en la pacata Francia de los setenta) al lado de otras menos sugerentes. El reto que algunas de sus obras suponía para el establishment, era tal que el joven Polnareff comienza a sentirse juzgado, vilipendiado y, lo que es peor, despreciado por su condición sexual.

En su “Lettre a France”, editada en 1977, dejó bien claro que su huída a California, que ha durado casi treinta años, no era un capricho de loca. Aquel glorioso affiche enseñando orgulloso su culo al personal, mientras sonaba “Suis un homme”, fue la cota que colmó el vaso (por cierto, Elton John tendría mucho que decir acerca de quién le inspiró a la hora de llevar gafas excéntricas, cabelleras postizas o zapatos de fantasía), aunque fue el suicidio de Morisse, en 1970 el detonante de su depresión más aguda, aunque le sobran energías para seguir componiendo, o dando soberbios espectáculos como el que en 1972, bajo el título de Polnarévolution, alucinó a media Francia, que también se pasmaba ante el proceso judicial seguido contra el valiente autor por “atentado contra el pudor”.

Sería pues en California donde Michel encontrara el sosiego, cierta paz y el cuasi anonimato que tanto añoraba, Su estancia en los EEUU le permite lanzar varios discos en inglés, sin el resultado apetecido, por lo que con cierta regularidad regresaría a la vieja Europa para emprender pequeñas giras en las que reencontrarse con su gente. La recompensa a ese silencio en los medios masivos la fue recogiendo con el reconocimiento y el aplauso de personalidades y bandas como Pulp, Blaine Reininger (que en Bruselas, en 1983, me hablaba entusiasmado de Polnareff), Marc Almond, Peter Hamill, The Residents, Nick Cave, etc., que plasmaron su particular homenaje grabando algunas de sus creaciones, más tarde recopiladas en el CD Tribute to Polnareff (hay dos CDs diferentes en que coindicen algunos temas), en el que hay versiones para todos los gustos.

Me alegra mucho saber que en el mes de Marzo de este 2007, el muñeco que supo decir no, emprendió una larga gira por su Francia natal, demostrando su enorme generosidad, su falta de rencor y su vigencia. En mi discoteca privada, Polnareff es imprescindible.

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