21.8.09

a propósito del aborto

Corriendo en busca de quietud

"4 meses, 3 semanas y 2 días" del rumano Cristian Mungiu fue la ganadora del Gran Premio Fipresci 2007 a la mejor película del año tras votación abierta a todos los miembros de la federación de críticos(*). Mungiu recibió el galardón en la ceremonia de apertura del Festival de San Sebastián que se celebró entre el 20 y 29 de septiembre. El siguiente texto es una adaptación de su original en inglés donde se explica los méritos que convirtieron a esta cinta rumana en la favorita de la crítica especializada.


Por Pamela Biénzobas Saffie (*)

Las agujas del reloj suenan... tic-tac, tic-tac. Uno de los primeros elementos de la banda sonora de la película de Cristian Mungiu 4 meses, 3 semanas y 2 días (4 luni, 3 saptamini si 2 zile) inmediatamente fija el tono de los 113 minutos que siguen: la urgencia. Aun cuando la cámara aparentemente se queda quieta, aun cuando los personajes permanecen en su lugar, no hay cabida para la quietud en este film extremadamente tenso. El paso del tiempo se convierte en un movimiento permanente en sí mismo. Un movimiento amenazador. El desplazamiento de la cámara o de los personajes a través del espacio pareciera ser el único modo de responder a esa tensión. El notable segundo largometraje de Mungiu es una película ingrata. La atmósfera está lograda con tal perfección que compartimos físicamente la impaciencia, el temor, la inquietud, la desesperación y la sofocación bajo el opresivo sistema en la Rumania de 1987. Sabemos el año exacto simplemente por un texto al comienzo: Rumania 1987, que es la única información que se nos da antes de entrar abruptamente en los hechos. Luego no hay explicaciones ni descripciones didácticas de la situación. El "tic-tac" inicial es el comienzo de una carrera que parece tener una meta precisa, pero que está tan llena de pequeños (y grandes) obstáculos, que lo único que se puede ver es el asunto más urgente que hay que resolver. La mayor parte de la acción de la película puede resumirse en una sucesión de arreglos. Aunque el punto central es el aborto clandestino que quiere hacerse Gabita (Laura Vasiliu), la historia podría contarse a través de los movimientos y acciones que su compañera Otilia realiza para resolver problemas concretos. Porque todo en la película se trata de resolver, y fundamentalmente de la necesidad material: se trata de tener, se trata de marcas, de acceder a objetos de los que todo pareciera depender (por lo general productos farmacéuticos o de perfumería, en un signo de la vulnerabilidad del cuerpo). La puesta en escena, las actuaciones, los diálogos, los gestos, todo está compuesto bajo el signo de la precariedad. La historia está puntuada de transacciones y negociaciones, porque lo que está contando es el intento de esquivar la opresión del sistema. La cuestión es siempre asegurar una complicidad incierta dentro de una configuración social basada enteramente en una lucha de poder. Esto requiere habilidad, riesgo, recursos. Requiere mentir con talento. Requiere movimiento. Otilia (Anamaria Marinca, alabada unánimemente por su espectacular actuación) representa el control, la necesidad de enfrentar y resolver los problemas del modo más eficiente. Ella encarna el movimiento permanente; la imposibilidad de detenerse. Los únicos momentos en que sí se detiene, cuando pareciera tomarse el tiempo de reflexionar y discutir, están llenos de arrepentimiento y reproches (su conversación con Gabita en el cuarto de hotel, o con su novio en la habitación). Gabita representa la reacción contraria frente a esta realidad: está paralizada, incapaz de hacer cualquier cosa por su cuenta. Está desamparada y abatida, vencida por el sistema antes de dar la pelea. No hace lo que debe y hace todo lo que no debe. También miente para tratar de sobrevivir, pero no sabe cómo hacerlo. Al igual que con la temática central, ni siquiera hay tiempo para cuestionar la moralidad de sus mentiras: son reprochables porque son poco prácticas, ineficientes, y en última instancia peligrosas. Gabita es pasiva, casi inmóvil. A diferencia de Otilia, aun cuando sí cambia de sitio, por lo general la vemos cuando ya está ahí. Sus movimientos parecen ser un simple medio para cambiar de sitio cuando es estrictamente necesario. Los movimientos de Otilia parecen ser un fin en sí mismos, un asunto de supervivencia. Un recurso desesperado para evitar que la tensión explote. Los pocos planos fijos de la película por lo general son bastante apretados (como el de Otilia y el Sr. Bebe en el auto de éste), y contienen una tensión más aguda que nunca, con el habla como una suerte de sustituto para la descompresión física. Dos de ellos son ejemplares en su composición y su manejo de la tensión. En la habitación del hotel, una vez que Gabita ya está acostada inmóvil en la cama, hay una toma aproximadamente de su punto de vista, en la que podemos ver sus rodillas quietas y flexionadas, y el muro en frente. En ese espacio, Otilia y el Sr. Bebe primero rellenan y luego abandonan el cuadro, con gestos precisos y apurados. En cierto modo, la tensión se evacua hacia el espacio en off. Al contrario, otro momento notable se hace magnéticamente insoportable debido a la manera de contener toda la tensión al interior, creando una presión agresivamente centrípeta. Por una vez, Otilia está virtualmente paralizada, desesperada en su incapacidad de mantener las cosas bajo control; está fuera de contexto. Sentada justo frente a nosotros, se encuentra prisionera entre los otros invitados y sus movimientos constantes y triviales. Cuando suena el teléfono, el sonido que viene de fuera de cuadro no recibe ninguna respuesta desde el interior. El nexo entre el dentro y fuera de cuadro está amenazadoramente cortado. A lo largo de la película, este nexo es fundamental. El movimiento de la cámara siempre está desplazando el dentro/fuera, en cierta forma abriendo el espacio, pero también escondiendo. Por eso el polémico movimiento "revelador" hacia el final no es tan perturbador por lo que muestra, sino por la decisión moral y sobre todo estética de exponer lo que está más naturalmente fuera de campo. 4 meses, 3 semanas y 2 días es una película cruel, agresiva, despiadada. Principalmente por su urgencia, no se permite el lujo de la moralidad. Es amoral. Simplemente muestra, transmite, expone. Los problemas son demasiado apremiantes como para detenerse a pensar en sus otras implicaciones. Aunque la película no necesita ser considerada en contexto para ser comprendida y valorada, indudablemente su éxito también funciona como un reconocimiento a la serie de películas de jóvenes rumanos que ha impresionado al público internacional –siendo revelados sobre todo por las secciones oficiales y paralelas de Cannes como Un Certain Regard (UCR)- en lo que ya no puede considerarse sólo como una tendencia festivalera. Sin embargo, el filme de Mungiu es mucho más desesperado y sombrío que los otros. Su humor negro es tan sutil que es casi imperceptible, y ni siquiera recurre a la ironía amable de un tratamiento paternalista (como en Bucarest 12:08 de Corneliu Porumboiu, ganadora de la cámara de oro de Cannes). Si hay alguna relación con la urgencia y la tensa concentración de La muerte del Sr. Lazarezcu (Moartea domnului Lazarescu de Cristi Puiu, ganador de UCR 2005) o la cruda y oscura concepción de la naturaleza humana del ganador póstumo del UCR Cristian Nemescu con California Dreamin' (Nesfarsit), su retrato de los últimos días del régimen de Ceaucescu es mucho menos descriptivo o narrativo que The paper will be blue (Hîrtia va fi albastrã, de Radu Muntean) o The way I spent the end of the world (Cum mi-am petrecut sfarsitul lumii, de Catalin Mitulescu, ganador del premio a la mejor actriz de UCR 2006). Mungiu respeta al espectador lo suficiente como para ahorrarse las típicas explicaciones paternalistas, pero no es considerado: ver la película significa entregarse a ella, seguir su paso, porque no se detiene para permitirnos respirar o recapitular. En cierta forma, puede considerarse arrogante: 4 meses, 3 semanas y 2 días es tan autónoma que ni siquiera pareciera necesitar al espectador. No hay tiempo de pensar en él, de hacerlo pasar cordialmente. Se nos invita a unirnos a la carrera, pero depende de nosotros seguir el paso. Las agujas del reloj suenan... tic-tac, tic-tac.

(*) Fuente: Revista Mabuse


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