25.4.10

adolescencia

(iván quezada)

U
na mañana por tus ojos velada
en que no dijiste tu nombre
es la gasa que envuelve la memoria
hasta que alguien levanta el telón:

Hamlet tenía razón: el tiempo es demorarse.

Ella ya sabe de quién hablo, desdeñosa y escéptica
después de décadas o sueños de lágrimas tiernas
No estoy bromeando, él era un poeta como tú y no como yo
Creía en la fama póstuma y así lo escribía, lo
deseaba rogando perdón al inmisericorde ridículo
Vamos a decirle que está excusado de sus versos
que nada saca con sus sentimientos en un alambre
cual ropa mojada y susurrante.

Eres libre de los orates, joven poeta adolescente
En el Hospital Salvador no necesitan a otro inocente
Estás de paso con tu alta frente y por eso no envejeces
Con los amigos te llevamos a la más bella del curso
para que nadie te acusara de pobre y triste iluso
La aceptaste como quien recibe un laurel
mientras —con el ceño fruncido— balbucías
el recuerdo del instante.

II

En la hora de las explicaciones
hubo alguien bajo de estatura, voz cavernosa
por el cigarrillo, que no pidió disculpas
por decir la verdad.

A veces su rostro se reflejaba en mi limpia corbata
de liceano en la «aborrecida escuela»
que fue el mundo ¿Te acuerdas de los nervios
antes del primer día de clases?
Para no equivocarte le dictabas los sueños a tu sueño
o hacías planes para un futuro en que no creías,
contando sombras en el cielo de la angustia.

¿Por qué quiso enseñarme literatura? ¿Para qué
me esperaba con tantos libros y tan baja temperatura
a la salida de su casa o justo antes del micro?
Él murió antes de mi última lección
sin coraza como vino al aire
con su nombre escrito en la frente:

Miguel Espinoza, debajo de un océano
vuelvo a verte —en los ojos
las huellas de los crímenes—
retando a duelo a los crápulas de razones tortuosas
y dispuesto a la derrota como los mártires
de la piedra filosofal.

III

Yo mismo pulvericé las palabras
el yunque de la edad temprana
sumando líneas de expresión
en la camisa
suspendida en el aire
la súplica de la vez primera
en que ella se aflojó los tirantes
y se cubrió el rostro con un pañuelo
queriéndome decir «denante
no fue amor aún falta para eso»

¿Acaso la eternidad?

1 comentario:

Che Pereyra dijo...

hermosos poemas, Ale!!!
Quién es el tal Ivan???

Abrazote!

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