18.1.08

Transantiago a la vista

Iván Quezada

La literatura es la recuperación del pensamiento previo… Iba pensando yo, solemne como buen teórico –por suerte ya no usan toga–, pero de pronto se llenó la micro y tuve que empequeñecerme en mi lugar. Mala suerte, me dije. Veía que los buses en dirección contraria venían vacíos (¿no dicen que es culpa de uno subirse a una micro llena?) y, sin embargo, haciendo memoria me di cuenta que siempre me ocurría lo mismo. O yo era el más culpable sobre la tierra, o mejor me ponía optimista (y razonable) criticando al famoso Transantiago.

Santo remedio, pensé al rato. ¡Hasta podría haber sonreído! Pero entonces empezaron los problemas. Escuché un grito alarmado desde la puerta: entre el montón de cabezas, una mujer quedó atrapada al bajar y otras mujeres exclamaban: “¡cuidado con la señora!, ¡la señora!”, mientras los hombres murmuraban, incapaces de articular palabra. La emergencia duró unos 20 segundos, gracias a que el chofer reaccionó rápido. Después de todo, ¿cómo podría ver algo con tanta gente aprisionada en el tarro de conservas? Luego se oyeron algunos diálogos molestos. Al lado mío una anciana hablaba en voz alta: “esto nunca va a mejorar, si parece chiste”. La vi tan impetuosa que decidí responderle: “todo viene mal desde el principio”. “Sonda no hace nada”. “Sí, señora, usted conoce la política…”. Se anduvo calmando, y dijo: “pero antes era peor”.

No supe a qué época se refería y no alcancé a preguntarle, ya que se escabulló apenas tuvo oportunidad. Pero no tenía razón. Cuando existían los mamut amarillos, era la misma cosa en ese recorrido, desde el centro a La Florida y más allá. Y a toda hora. Aposté entonces que incluso el tipo que hablaba por celular, cada vez más compungido contra uno de los barrotes para afirmarse, debía de estar conforme: ¡por fin volvíamos a la “normalidad”! Por las mañanas, desde los suburbios, hay más micros para llegar al trabajo, y al pasar de las horas se mantiene una frecuencia casi regular. Pero en dirección contraria ocurre lo contrario. La productividad primero y después los “usuarios” (cuidadito con decir trabajadores). Si esa es la norma a que obedecemos, ¿de qué quejarnos?

Pero nada que hacerle, uno se queja por toda la eternidad. De pronto, vi que alguien se bajaba, dejando libre un pequeño espacio en un rincón. Ésta es mi oportunidad, pensé arrojándome decidido al triunfo, y fue en vano…. Una mujer bajita, que no vi antes entre el gentío, me ganó las espaldas y se instaló frente a mí, mirándome seria.

Oh.

Por suerte me frené a tiempo, porque si no ahora estaría haciéndome el leso.

Quisiera llegar a una conclusión y no se me ocurre ninguna. Con el Transantiago nada cambió, y ya podemos ir anotándolo en nuestra larga lista de “revoluciones” fallidas. Los reformistas chilenos son un caso aparte: vienen conservadores desde la fábrica. Lo bueno es su capacidad para usar palabras: eficiencia, modernidad, inversión, planificación, productividad (¡otra vez!)… Enriquecen el vocabulario. Pero su gran logro será dejar las cosas como estaban. El mal menor nos persigue. El dinero corrió en distintas direcciones, se “innovó” creando un imbunche comercial privado-público, y listo. Pronto se hablará de un éxito tardío o parcial, cuando se nos borre el color amarillo y hasta soñemos con la franja verde. El gatopardo se ve extraño vestido con esos colores, pero estamos en Chile… ¿Servía algo de esto como conclusión? No lo supe. “Acá no brilla el oro”, dijo un tipo joven al bajarse de la micro. Alguna gente sonrió, y el resto seguimos luchando para que no nos quitaran el espacio.

No hay comentarios.:

Powered By Blogger