1.10.08
trasvasije de letras
Vida Acuática, del Blog 2021: Pura Ficción
Para navegar una piscina solo requerimos de nuestros recuerdos. A diferencia del mar -que nos obliga a coordenadas y triangulaciones- una piscina no necesita de cartografía alguna. Bajo el azul de esa parcela sumergida miramos a las demás personas como en el mundo de la memoria, los otros nadadores pasan junto a nosotros al igual que piezas de otro tiempo, en este caso, retenidas por esa particular composición de condiciones físicas. Esos recuerdos cruzan nuestro campo visual haciendo curiosas figuras rítmicas que los hacen desplazarse sobre ondas. Nadar en una piscina es el dominio de dos elementos, que al mismo tiempo implica la paradoja de dos variables definitivas: el agua en estática, y el cuerpo en un obligatorio desplazamiento. Se cruza un eje donde el control del peso y del tiempo cifran la existencia en ese océano de traspatios. Nuestra vida acuática es entonces similar a la de recuerdos. No terminamos de pasar y nuestra presencia crea instantes que reverberan, que se replican en el espacio y entonces comenzamos a ser recuerdo de nosotros mismo. Nadar es recordar a ritmo de la respiración y de la memoria. Nadamos a ojos cerrados. No me extraña que Narciso se haya mirado reflejado en una piscina antes de hacerse flor y comprobar que la Belleza existe. Y que los domingos junta a la piscina –hogueras encendidas, animales sacrificados, gente reunida- sean tiempo suspendido. Los nadadores olímpicos son además de cumbre de perfección humana, nostalgia de que alguna vez dominamos el agua, además del aire. Me advertiste que generalmente nadie se acercaba a esa piscina, que desde allí nadie nos veía pero que todo era vista. Caracas era un paisaje sobre el que flotábamos. Colinas de San Román. Doble flotación: arriba de una ciudad valle, debajo de un cielo domingo. En uno de sus cuentos John Cheever describe una tarde similar. Una tarde donde esos americanos satisfechos podían decir: anoche bebí demasiado. Una tarde donde su personaje principal decide recorrer su condado cruzando un océano de piscinas. Más adelante ese personaje –Neddy Merril- mira que se acercan nubes que simulan un barco de enormes dimensiones. Ese personaje lo interpretaría, en la versión cinematográfica de la historia de Cheever, Burt Lancaster. Un Burt Lancaster que se hacía viejo en un mundo de jovencitos tontos. No había ya lugar bajo el sol de California para clásicos como él. Esa tarde no había nubes, y no me besaste por miedo a que nos vieran desde las ventanas. Me dijiste que con El Ávila de fondo hacíamos un hermoso cuadro. Yo sonreí, según recuerdo, y hundí mi cuerpo bajo el agua.
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