24.10.05

la viuda de man ray





Es fácil entusiasmarse con una historia. Si te dicen que la viuda de Man Ray vive en tal parte, uno parte. Y yo partí. ¿Adónde?, no lo diré por respeto a ella quien, después de contarme intensas vicisitudes, un resumen de 61 años de historia íntima, todo en imperfecto español, me pidió que la dejara en el anonimato. Alemana. Alta. Cabellos entintados con un negro azabache. Ojos azules, pequeños y redondos. Alegres. Un poco vírgenes. Una botella de vino blanco le llevé. Su conviviente, un muchacho gay que la ama como si fuera su madre y también su amante, me dijo que nadie era tan perfecto. Que quien me había dateado. Tuve que confesar que llegar con ese obsequio no fue idea mía. Aceptar que no soy adivina. Que me gusta el tinto. Igual se lo tomaron. Frío. Entre Malboros rojos. Mirando el mar. Yo con ellos. Sé que ella tomaba porque le dolía recordar. Lo supe por la forma en que se empinó tres copas al hilo. Cuando pasamos a la terraza pude ver que un gato negro de cemento comandaba la casa. Recordé que la noche anterior había soñado con mi gata. Que era negra. Que aún me pena por dejarla abandonada en el castillo de Dióscoro. Entonces vinieron sus confesiones: mis padres eran nazis, me dijo. Lo supo siempre. Aunque no del modo en que lo entendió cuando tenía 15 años. Cuando un compañero de internado, sobreviviente de los campos de concentración le contó cómo salvó su pellejo. Cuando me miraron sus ojos, parecen que me suplicaban no pensar. Algo se le quebraba por dentro al repetir (cuantas veces habrá dicho esto mismo, y con cuanta vergüenza) que su padre era químico. Colaborador de Hitler. Entonces entendió porqué cuando cumplió los cinco años su papá ya no vivía en la casa y porqué tenía que ir a visitarlo a los bosques donde estaba condenado a cortar leña por 15 años.
La paradoja de su vida radicaba, según ella, en la confesión de aquel torturado. Parece que a partir de ese minuto la historia se le repitió. El gran amor de su vida fue un fotógrafo alemán treinta años mayor que ella quien huyó en bicicleta a Francia escapando de los nazis, pero que volvió al poco tiempo siendo apresado y torturado.
Los años junto a él fueron felices, pero un cáncer se lo llevó. Y ella aún lo recuerda como si estuviera vivo. El muchacho que vive con ella lo ama como si también hubiera sido su hombre. Al escuchar hablar de él parece que era especial. Antes de pasar a relatarme cómo llegó a Chile de la mano de un exiliado y torturado de Pinochet, una caja con fotografías llegó a mis manos. La abrí con cuidado. Parecía un tesoro. Se trataba de imágenes en blanco y negro. Ella posando desnuda en los sesenta ante el lente de su amado. Impresionantes fotografías. Un lunar en su frente llamaba la atención. Todavía se lo pinta en honor al fotógrafo: un hombre mayor, de cabellos rojos, expresión alocada, mirada viva. Y cada tanto, fotos de gatos. Recordó que su primer marido mató a su gata y nunca se lo perdonó. Siguió viviendo con él, pero no dejó que nunca más la tocara. Eso fue antes de conocer al fotógrafo y de viajar a Paría para vivir con él. Antes de que hicieran el amor en los museos o en el palacio de Versalles. Mucho antes de que embriagada de amor tratara de lanzarse de la Torre Eiffel. Mucho antes de que dejara hipnotizado con su belleza a Dalí. Mayo de 1968. París. Ella arrancando de las bombas lacrimógenas. Escondida en un convento, la multitud caminó sobre ella asustada. Hecha un estropajo, corrió a refugiarse en la casa de Man Ray. Se puso los trajes de su mujer. Una foto la retrata. Su sonrisa es infinita.
¿Cuándo perdió el centro?. Durante la agonía de su fotógrafo. Cuando tenía que tomar su leika y recorrer todos los cementerios alemanes en busca del sitio ideal donde enterrarlo. La idea fue de él: amplias copias para ver si tal o cual nicho le gustaba. Este no, tiene mala vista, le decía. Este tampoco, presiento que no me voy a llevar bien con mis vecinos. Una locura. Un mes antes de morir, él no abrió más ventanas ni cortinas. Trata de matarse. También a ella. La mujer prefirió vivir. Pero hoy me habla como si estuviera muerta. No se siente alemana ni chilena. No tiene identidad. Se siente mal. Deprimida. Sólo bebe vino blanco. Aislada de todos en una casa del litoral. Los lugareños creían que era una viuda. No podían creer que una mujer viviera sin un hombre. Luego pensaron que ella misma era un hombre, operado de mujer. Y así, de tanto invento ya está harta. Se concentra en sus flores, en su jardín, en los telares monumentales que teje y que vende a buen precio.

Resultó ser que Man Ray fue su amigo, no me atrevía a preguntar si algo había pasado entre ellos. Aunque así hubiera sido, el protagonista de su vida claramente había sido otro.
Me invitó a pasar la noche en su casa. Luego se arrepintió. Embriagada, sintió que había abierto cajones que tenía muy cerrados. Me pidió que la dejara sola, amablemente. Frente a la playa esperé el bus. Tomé instantáneas del crepúsculo. Cuando subí ya se había ido por completo el sol. En el trayecto traté de leer un libro de bolsillo. Anton Chejov. No pude. Seguía pensando en ella. En su pena. En cómo un amor puede enquistarse en el alma. Al llegar a Santiago fui a buscar el mío por que lo estaba perdiendo. No sirvió de mucho.

2 comentarios:

garta dijo...

que bacan ale que te aventuraste con tu blog, pero ten cuidado no te vaya a pasar lo mismo que Hofmann que terminó autocensurandote
nos vemos

Anónimo dijo...

Bien Ale, tu buena pluma te asegurará buen público, tan sólo si lo estás buscando. Si no, tu buena pluma te proporcionará un respiro. Te felicito, wido.

Powered By Blogger