29.3.07

JAQUE MATTE EL TUGURIO DE LA BOHEMIA OCHENTERA

Por Alejandra Delgado

Los parroquianos del Jaque Matte lo llamaban don Sergio, porque él tenía el control de todo. Eran los años ‘80 y para la bohemia cultural santiaguina ese local ubicado entre Plaza Italia y el cine Normandie, era el único espacio disponible. Con sus toscas mesas de melamina y sus azulejos blancos y negros, tenía las luces prendidas toda la noche. A la una de la mañana Sergio Martínez cerraba la puerta con pestillo y un palo atravesado y solo dejaba entrar a unos pocos. Los parroquianos elegidos son hoy parte de la intelectualidad chilena mas top. Terminaba allí Nelly Richards, Pedro Lemebel, Francisco Casas, Pía Barros, Vicente Ruiz, Diamela Eltit, entre muchos otros. Se emborrachaban y arreglaban el Chile de la dictadura. También armaban atados. Sergio Martínez , sentado en el living de su casa en Puente Alto confiesa que sintió pena cuando vio en televisión las imágenes del Jaque Matte transformado en un tugurio protegido por un matón de barrio. En los ochenta también fue un tugurio duro. Pero era una violencia con sentido.
-Yo conocía a la bohemia y sabía quién convenía que entrara y quién no. Yo dejaba pasar a los revoltosos, pero no a los malulos, cuenta.
Recuerda una ocasión en que le negó la entrada al poeta Sergio Parra, hoy dueño de la librería Metales Pesados.
-Parrita se ponía violento con trago. Era bueno pa’l pisco. Una noche venía totalmente curado y no lo dejé pasar. Entonces agarró velocidad y se tiró un pencazo contra la puerta y pasó con vidrio y todo pa’ dentro. Y no se cortó, ¿me va a creer?
"Me castigó como tres semanas sin poder entrar", recuerda Parra. Por esos años, Parra tenía una librería en el Barrio Bellavista. Lugar de encuentro de poetas y narradores jóvenes de mediados de los ‘80.
-En la tarde, cerrábamos las cortinas y nos íbamos al Jaque Matte a rematar. Era un lugar amable donde tu siempre te ibas a encontrar con un amigo. Al café del Biógrafo iban los retornados. En el Jaque estaba la juventud más underground. Nada de charango ni llanto. Nos juntábamos a tomar sí, pero también a conversar. Ante la carencia de información en que nos tenía el dictador nosotros estábamos ansiosos por conocer. No éramos cultos, pero queríamos saber. Hablar de literatura, comic, cine, música. De todo.
Varia veces Parra compartió piscolas con Jorge Tellier. Y con un grupo de mujeres escritoras entre las que estaban Nelly Richards, Pía Barros, Diamela Eltit, Eugenia Britto, Carmen Berenguer. Cuando estaba "castigado", juntaba a otros amigos, compraban pollo asado, unas cajas de vino tinto y arrendaban las piezas del Motel La Palomera que quedaba a la vuelta del Jaque Matte para seguir carreteando.
Parra también vio llegar al artista visual Vicente Ruiz con sus chicas disfrazadas de vedettes, "Las Cleopatra". Una de ellas era la actriz Patricia Rivadeneira, actual agregada cultural en Roma.
Don Sergio la recuerda bien.
-Para mí ella era un amor, pero con traguito la Patty se ponía jodía. Ohhh. Era guena pa’ la droga entonces, llegaba envalentoná, pero yo no la dejaba pasar. Me echaba la añiñá. "Cuando lleguís guena y sana, te voy a dejar entrar. No ves que molestas a los demás", le decía yo.
Impecablemente peinado, con su chaqueta blanca, su corbatín negro y su guasca colgando sobre el brazo, don Sergio buscaba a toda costa evitar los escándalos. Pero el copete corría incesante (semanalmente llegaba a vender 20 barriles de cerveza) acalorando los ánimos y él tenía que calmarlos. Como cuando un oficial de aviación llegó a apuntar en la cabeza a Jorge González de Los Prisioneros, según dice don Sergio, "por un lío de faldas"
-Pobre Jorgito, casi me lo matan. Lo tuve que esconder.
O la ocasión en que llegó el hijo del que sería futuro ministro de justicia, Francisco Cumplido jadeante, arrancando después de pegarle un cadenazo a una "lola" punk en pleno Bellavista.
-Se echó al pollo y lo salieron persiguiendo una patota de punk con unos palos grandotes. Pobre cabro, venía pálido, nosotros lo fondeamos adentro del baño. La patota entró y nos rompieron los focos. Fue terrible.
Intensa y todo, la noche se le hacía un suspiro a don Sergio.
-Mi turno terminaba a las diez de la mañana. Era duro, pero yo lo disfrutaba. Me gustaba ver a la lolería divirtiéndose. Todavía me acuerdo de las Yeguas. El Pedro (Lemebel) era jodí’o. Siempre andaba trayendo un rouge y me empezaba a pintar los vasos shoperos, las tazas de café. Por cualquier parte echaba rouge, en los vidrios, en todos lados, Y ahí tenía que andar yo limpiando...
Dos Yeguas en Jaque
Las Yeguas del Apocalipsis fue el primer colectivo homosexual nacido en dictadura. Lo integraban Pedro Lemebel y Francisco Casas. La escritora Carmen Berenguer recuerda que su casa fue la cuna. Las lecturas de Foucault el sustento teórico. La marihuana la chispa.
-Éramos ácidos, nos oponíamos a las estrategias estéticas y queríamos batallar contra los referentes culturales cerrados de la época. No creíamos en la obra de arte. Entonces una tarde, al fragor de unos pitos, yo les dije: "oye, podrían armarse un cuento que hable de la diferencia y disfrazarse y salir a la calle".
Así, el par de "locas peregrinas y transgresoras" hicieron de sus performances un modo de llamar la atención. También de protestar. Quizás la más comentada fue aquella vez en que entraron a la Facultad de Artes de la Universidad de Chile montadas desnudas sobre una yegua que consiguieron en una feria.
Después de sus acciones de arte, el grupo terminaba de analizarlas en el Jaque Matte.
Lemebel no quiso hablar de este tema. Casas sí. Recuerda:
-Toda la gente extravagante y rara llegaba al Jaque Matte atraída por este ambiente de debate cultural que allí se daba. Las noches nunca se acababan. Yo bailaba arriba de las mesas, hacía escándalo y don Sergio me perdonaba todo.
En esos años Francisco vivía en la calle: dormía en los parques o en casas de amigos. En su libro de memorias "Yo, Yegua", Casas dedica un capítulo completo al mítico bar. Escribe:
-A las tres de la mañana, el Jaque Matte está en su apogeo. En medio del aire enrarecido por el humo y los tufos de piscola se encuentran los artistas, todos enmarañados en disputas acaloradas. Lanzan descalificaciones severas a las acciones de arte que ellos mismos realizan durante el día. Como orates, gritan insultos desesperados, enardeciendo aún más la atmósfera llena de posmodernismo. Todos comparecen bajo la luminiscencia flourescente del neón desbordado sobre las pieles que han permanecido por décadas en la cripta. La barra y las mesas están repletas. Bandas de rock y oscuras estrellas trans entorpecen la entrada del baño. Dentro del pequeño cuarto, la mierda se rebalsa de la taza. Es el lugar favoritos de los cocainómanos, que empolvan sus narices hasta sangrarlas.
En la escena cultural y en el Jaque Matte las Yeguas tuvieron contrincantes estéticos. Se trataba de otro colectivo de arte, conformado por "machos" y liderados por el artista plástico Gonzalo Ravanal que se autodenominó "Los Angeles Negros".
-Era como los Capuletto y los Montesco dentro del Jaque Matte. Y yo al medio, recuerda Berenguer. Agrega: "Una vez Ravanal me mandó un recorte de diario donde aparecía un poema mío. Se lo había pasado literalmente por el poto porque venía con un trazado de mierda fresca. Me piqué tanto que días después con las Yeguas recogimos una corona de flores que encontramos en la estatua de Manuel Rodríguez y se la fuimos a dejar a la puerta de la casa donde vivían Los Angeles Negros".
La violencia del Jaque Matte era casi naif, un enfrentamiento de posiciones.
Casas lo corrobora.
-Podían volar sillas, pero nada de eso importaba. Sólo que era una especie de risoma de gente aglutinando ideas. La espectacularidad de este lugar no eran los cuerpos, eran las cabezas, afirma el escritor.
Berenguer recuerda que en el Jaque Matte las noches eran interminables para ella y las yeguas. Vivían embriagadas, voladas o adormecidas por el éter que un estudiante gay de sociología les proveía armado de una botellita con el líquido volátil. Lo llamaban Miss Poper, cuenta en el libro "La época del vino tinto en caja" que se publicará próximamente.
Fue en este mismo lugar donde empezaron las primeras disputas del dúo. Casas escribe:
-Borrachas solían reconciliarse jugando al cacho, pero una vez que el alcohol se disipaba o una de las dos ganaba la partida volvían a odiarse ciegamente, sacándose en cara las equivocaciones cometidas durante el desarrollo de las acciones de arte.
También fue en el Jaque Matte donde Francisco coqueteó por primera vez con Yura Labarca, su actual pareja e hijo del militante comunista Eduardo Labarca. Allí intercambiaron teléfonos. Y fraguaron su cita en el parque al que llegaron al día siguiente en un viejo Mercedes Benz del 64 y terminaron haciendo un 69. En el mismo lugar donde, según relata en su libro, Pedro los sorprendió "pegados".
Para 1991 el colectivo estaba fisurado. Casas asegura que el clímax de su encono fue cuando él publicó su libro de poemas "Sodoma mía".
-No lo pudo soportar, se murió de la envidia, dice.
Las peleas se hicieron insoportables. Don Sergio observaba todo. En "Yo, yegua" Casas lo reafirma:
-Siempre con los ojitos atentos, don Sergio ronda el movimiento del bar con los codos apoyados en el mesón. Sabiéndose el confesor de secretos inexpugnables, viste como si atendiera en el Ritz.
The End
A fines de los ‘80, al Jaque Matte llegó un público más top. Público que la clientela más antigua llamó "los cuicos del Saint George".
-Eran los niños bonitos del barrio alto que a última hora agarraron huevás y y se las pusieron encima pensando que hacían arte, dice Berenguer.
Aunque Casas asegura que el Jaque Matte no era de nadie en particular, sino de todos, confiesa que cuando comenzaron a llegar estos advenedizos ellos le preguntaban: "¿y tú quien eres, de adonde saliste?
Como cuando apareció Yura en el lugar con apenas 15 años.
-Nadie me pescaba, todos me miraban raro, recuerda sentado al lado de Francisco con quien vive actualmente en Las Cruces.
La artista Josefa Ruiz Tagle aclara:
-Es que lo interesante era la mezcla. Imagínate que una vez me encontré con el jardinero de mi mamá ahí dentro.
El 5 de octubre de 1988 el Jaque Matte se llenó como siempre. Esta vez tenían un motivo en común: antiguos y nuevos comensales celebraron el triunfo del No con champaña hasta clarear el día. Don Sergio bajó las cortinas y se sumó al agape. Pero el festejo duró poco.
-El dueño que vivía fuera de Chile, le avisó a mi patrona que el local se iba a vender y que tenía que irse. Ella metió pleito por años pero no fue capaz. En 1993 tuvimos que dejar el Jaque Matte. Trató de poner un negocio en Vicuña Mackena con Curicó pero los vecinos se opusieron. Yo la acompañe hasta última hora cuando ya estaba quebrada. Ella se fue del país y yo me quedé sin pega, recuerda el garzón.
Luego de eso, el Jaque Matte estuvo cerca de un año cerrado al público. Su nuevo dueño lo remodeló convirtiéndolo en lo que es hoy. Más oscuro, con mesas pequeñas tipo burguer inn. Otra clientela.
-Un síntoma que coincide con el cambio político, asegura Berenguer.
Casas recuerda que cuando vio la cirugía del Jaque Matte se quiso morir.
-Se me caían las lágrimas mirando como destruían el mundo que por años había sido de uno. Cuando se fue el viejo Sergio nunca nadie más volvió a entrar.
Mientras tanto don Sergio instaló en su casa un negocio de abarrotes. Pero echaba de menos su rubro.
-Yo llegué de Los Andes a Santiago a los 15 años. Ese mismo día entré a trabajar como coperito a un bar en el barrio chino en la calle Bandera. De a poquito empecé a escalar posiciones hasta llegar a ser garzón en el Bar Nacional de donde me echaron después del Golpe por armar un sindicato. En 1976 llegué a Plaza Italia y la mayoría de los años me los pasé en el Jaque Matte. Toda una vida siendo garzón. Lo único que quería era seguir siéndolo, dice.
Recuerda que nunca faltó a la pega. Salvo cuando una diabetes lo tuvo internado 25 días en la Posta Central en 1991.
-Cuando quisieron encachar el Jaque Matte yo no quise volver. Ya no fue lo mismo. Se veía como venía la cosa porque la gente del sauna de arriba llegó a meterse. Se maleó. La mafia entró y todavía está. Me ofrecieron pega en otro lado y yo me fui. Pero echaba de menos el Jaque Matte. Me costó. Me acordaba de mi clientela y me daba pena. Pero yo tenía vitalidad y seguí adelante.
Hoy tiene 66 años y asegura que todavía lo pasan a saludar los "lolos" de entonces.
Un cuadro del pintor Hugo Cárdenas lo eterniza. A él y a su querido Jaque Matte.

RECUADRO
EL MARQUÉS DE ZÁRATE
Uno de los personajes más emblemáticos y asiduo cliente del Jaque Matte fue Diego Ortiz de Zárate. Un veterano violinista que pasaba sus horas sentado en una mesa del local, fumando cigarrillos Hilton que se consumían en sus dedos hasta apagarse.
-Era experto en Nietzche. Recitaba a Rimbaud, a Baudelaire, a Antonin Artaud. Un tipo maravilloso, recuerda Francisco Casas con quien sostuvo un fugaz romance. En sus memorias, Casas cuenta que su familia heredó el título nobiliario de Heliodoro Ortiz de Zárate, antepasado proveniente de la Lombardía italiana. Obligado a estudiar violín por su padre como "forma de represión sistemática a los impulsos homosexuales", solía tener ataques de rabia. En uno de los cuales habría golpeado a su padre hasta dejarlo inconsciente. "La pequeña loca fue internada de inmediato en el manicomio de Notre Dame de la Fleure, a las afueras de París, donde permaneció cerca de un año", relata Casas.
Como no presentó síntomas de recuperación fue enviado a Cuba a un campo de readaptación social. Casas cuenta que durante una marcha del Primero de Mayo, Diego conoció a Orfeo, "un amariconado cisne negro".
-Se enamoraron de inmediato… Unas horas más tarde, después de la quinta vuelta bajo la tribuna donde el patriarca se dirigía a la isla y aprovechando la resolana reinante bajo el entarimado, el mulato bailarín sodomizó a Diego con el palo de un azadón que ocupaba para desenterrar las papas durante las largas jornadas de trabajo voluntario. Mientras lo penetraba al ritmo de la Internacional Orfeo convenció a Diego para que dejara de una vez por todas de tocar el violín y se dedicara a la danza moderna.
Tiempo después, asegura Casas, fueron descubiertos por el régimen castrista en el parque Lenin, "totalmente desnudos, singando bajo un guacamayo".
Orfeo fue internado en la cárcel. Diego, expulsado de la isla. Sordo de un oído producto de las golpizas que le dieron los hombre de Fidel, nunca más volvió a tocar el violín.
Don Sergio lo recuerda como un hombre sabio, generoso y rodeado siempre por jóvenes que llegaban hasta el Jaque Matte para escuchar sus historias.
-Después que la triunfal democracia cerrara el Jaque Matte, Diego salió cada vez menos de su casa, cuenta Casas. Agrega: "El informe de bomberos relata que pateó por accidente la estufa de kerosén provocando el siniestro que consumió su vida."

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