29.3.07

LA MANO DE MARCELA

Un hombre furioso. Una joven que no entiende nada. Una relación violenta que se prolonga por años, en una zona donde no llega la luz, ni la justicia.
La historia más dura y triste que hemos publicado en mucho tiempo.


Por Alejandra Delgado

Marcela Valenzuela y Sergio Astorga se despertaron al alba para recoger leña en los cerros, como es habitual entre los habitantes de Lo Figueroa en la VII Región. De regreso Sergio se adelantó para dejar la pesada carga en la parte de atrás de la casa. Al llegar vio a alguien en la entrada. Era Carlos Valenzuela Fuentes, el tío de Marcela. El hombre que la violó desde que tenía 9 años.
Hijo de un padre alcohólico, el Tío Carlos -como le dicen a Valenzuela en la zona-, trabaja de carbonero: corta árboles, los convierte en carbón y los vende. Todo el tiempo carga una motosierra.
Cuando Marcela tenía 21 años, se la llevó a vivir con él. Hasta 2001 mantuvieron una relación que nada tuvo de amorosa. Según relatan los vecinos, el Tío Carlos la trataba como una esclava. Describen golpes, insultos y gritos. No la alimentaba, tampoco la vestía. El dormía en la cama, ella en el suelo.
A Marcela todo aquello le parecía normal. A sus 27 años, no conocía algo distinto.
-Cuando llega mi tío a la casa, me pesca como una perra -le contó un día a la matrona del consultorio de Pencahue. La funcionaria le dijo que ser violada por su pareja no era normal. Como Marcela no parecía tener capacidad de resolver su problema, la matrona decidió amenazar al Tío Carlos con denunciarlo y le exigió que se fuera de la casa.
A pesar de ser analfabeto, el hombre comprendió el mensaje y abandonó su hogar. Su despecho, sin embargo, fue creciendo con los meses. Y al enterarse de que Marcela tenía una nueva pareja, juro vengarse.
Cuando Sergio Astorga se lo encontró esa mañana, lo saludó parco y continuó su camino. Notó que andaba borracho, pero no le dio importancia. El Tío Carlos contó más tarde a la policía que aquel viernes 7 de junio del 2002 estaba loco de rabia. Lo humillaba pensar que "su mujer" estaba viviendo con otro.
Luego llegó Marcela. Lo vio ahí parado con su motosierra en la mano y sintió miedo. El la tomó del brazo y le dijo que conversaran. Ella se negó. Comenzaron a forcejear. Valenzuela encendió su máquina y se abalanzó. Marcela sintió la hoja dentada rozando su cabeza. La sangre comenzó a brotar con fuerza. Aterrada cayó al suelo hecha un ovillo. Soltó un grito.
-¡Te voy a matar conchadetumadre!, - vociferó el Tío Carlos.
Marcela sintió un corte en la espalda. Luego otro. Y otro. Instintivamente llevó sus manos hacia la nuca. De pronto dejó de escuchar el sonido de la máquina. Se había atascado en la manga de su chaleco. Marcela temblaba.
Al momento de la agresión Sergio se encontraba en la parte trasera de la casa ordanado la leña. Al escuchar la motosierra funcionando corrió para ver que ocurría.
-Cuando llegué la niña ya estaba sangrando en el suelo. El hombre salió arrancando. Pensé en seguirlo, pero sólo me preocupé de ayudarla-, recuerda Sergio.
Marcela lo miró desconsoladamente.
-Mira lo que me hizo, -gimió mostrándole su muñeca rebanada.
De un hilo pendía su mano izquierda.
JUSTICIA EXPRESS
Mientras una ambulancia trasladaba a Marcela hasta el hospital de Talca, Carabineros buscaba a Valenzuela entre los cerros de Pencahue. Cuando lo encontraron, no opuso resistencia.
La historia causó revuelo en la capital regional. La Reforma Procesal Penal llevaba un año funcionando en la región y los talquinos esperaban un juicio rápido y una condena ejemplar.
El Ministerio Público, organismo que representa los intereses de la sociedad, se hizo parte nombrando al Fiscal adjunto Álvaro Hermosilla. Tras analizar el caso el abogado optó por acusar al Tío Carlos de lesiones graves, desechando el homicidio frustrado y la mutilación. El motivo: conseguir una pena más alta y asegurar, de paso, la prisión preventiva para el Tío Carlos.
El tribunal de Garantía, sin embargo, no respondió a esas expectativas. Mientras Marcela se recuperaba en el hospital regional, la magistrada Isabel Salas resolvió dejar a su agresor en libertad por considerar que no existían antecedentes para acreditar el delito.
-El Fiscal no me aportó más antecedentes que decirme que tenía fundadas presunciones. Y eso es insuficiente para resolver- dijo la jueza a prensa.
Hermosilla rechaza esas afirmaciones. Presentó la declaración de dos vecinos que presenciaron el ataque y la de un testigo que vio al Tío Carlos huir. Estaba también la confesión del propio agresor y el informe del Servicio Médico Legal.
La reacción pública no se hizo esperar. Integrantes de la Casa de la Mujer Yela protestaron en la Plaza de Armas de Talca. A través de la prensa penalistas de la zona tildaron la libertad del acusado como una "aberración jurídica". El propio Fiscal Nacional Guillermo Piedrabuena presentó una queja disciplinaria ante la Corte de Apelaciones de Talca en contra de la jueza.
EL TÍO DE LA MOTOSIERRA
Cuatro días después de ese fallo, la Corte revocó la resolución y el Tío Carlos quedó recluido en la cárcel. Allí permaneció nueve meses. Afuera la prensa ya lo había bautizado como "El Tío de la Motosierra".
Marcela comenzó su rehabilitación. El Centro de Atención Integral a Víctimas de Delitos Violentos, inaugurado poco antes por el ministro de Justicia, derivó a Marcela a la Casa Yela. En esta institución de acogida vivió mientras duró la investigación.
Leonora Gutiérrez, monitora del centro cuenta que cuando llegó Marcela, era incapaz de decir una palabra. Cuando comenzaron a trabajar con ella descubrieron a una mujer que parecía había vivido completamente al margen de la civilización. Ninguna conciencia de sus derechos. Sólo miedo y desconfianza.
-Ella no sabía leer ni escribir. Aquí le enseñamos a comer, a vestirse, a valerse por sí misma.
El caso del Tío de la Motosierra se resolvió el 28 y 29 de abril pasado en un juicio oral de extraordinaria rapidez. Ambas partes subieron al estrado a 16 testigos contando peritos policiales, médicos legistas y sicólogos. Durante el primer día, Marcela declaró ante una sala repleta de público. Con frases entrecortadas habló de su vida con el Tío Carlos antes del ataque:
-Se portaba mal conmigo. Me trataba muy mal. Me pasaba pegando- testimonió.
Luego, detalló la escena de la agresión:
-Me cortó la cabeza primero. No pude arrancar. Después me cortó la mano. El andaba curado. Me cortó la espalda y después se fue. Yo gritaba cuando llegaron a ayudarme.
Al terminar, Marcela levantó su brazo izquierdo para mostrarle a los jueces su mano amputada.
La fiscalía calificó la acción como "salvaje". La abogada querellante exigió una indemnización por daños morales y materiales.
La defensa del Tío Carlos se parapetó en las características del acusado: sus limitaciones producto del ambiente "primitivo" en el que creció y su retardo mental leve fruto de su alcoholismo.
Al día siguiente la Corte resolvió que Carlos Valenzuela Fuentes era culpable. El 3 de mayo recién pasado se conoció la sentencia: 5 años bajo libertad vigilada y una indemnización de siete millones de pesos por los costos morales. Más un millón 800 mil pesos correspondientes al valor de una prótesis de mano para Marcela.
En su resolución los jueces acogieron dos atenuantes a favor del condenado. La primera, "Imputabilidad disminuida" como resultado de "un retardo mental" La segunda, "irreprochable conducta anterior". Esto, porque los jueces no consideraron la violencia sufrida por la víctima antes del ataque: las permanentes violaciones a las que fue sometida durante su convivencia con Tío Carlos.
A la salida del juzgado, integrantes de la casa Yela que acompañaron a Marcela en todo el proceso esperaron al Tío Carlos. Algunas querían lincharlo. "¡Injusticia!, ¡Injusticia!", gritaban.
El Tío Carlos salió caminando tranquilo, con el rostro inmutable. Estaba satisfecho con la sentencia.
Para muchos el resultado fue paradójico. La justicia actuó en tiempo récord: a menos de un año del crimen la modernización del sistema mostraba su eficacia.
-Lamentablemente las leyes que rigen desde 1873 no van a la par con la Reforma Procesal Penal. Nuestra legislación protege más los delitos contra la propiedad que los que atentan contra la vida, concluye Hermosilla.
EL EVANGELICO
Marcela acaba de recibir las llaves de su nueva casa y está feliz. Es un regalo del Serviu para compensar en algo su drama. También luce una dentadura nueva a la que accedió gracias al Programa Sonrisa de Mujer. Un coqueto cintillo rojo hace juego con la chaqueta que le regaló Sergio. Dice que cuanto antes espera mudarse porque cada vez que entra en su actual casa, las imágenes de aquel día se le vienen encima.
También quiere irse de ahí porque el piso es de tierra y las paredes se mojan. No tiene luz y el frío se cuela por la puerta. Si todos eso le parecía normal antes del ataque, ya no le gusta.
-El juicio la culturizó –dice el abogado Hermosilla. -Antes de perder la mano, Marcela ni siquiera tenía noción de que ser violada era anormal- concluye.
La mujer se levanta para preparar un brasero. Sergio le ofrece ayuda. "Yo puedo, viejo", le dice. Lo hace con destreza. Pronto se va a cumplir un año desde el ataque y aunque todavía no recibe su prótesis, parece haberse adecuado a su impedimento físico.
La gente del pueblo cuenta que ahora el Tío Carlos ahora anda peinado y limpio. Aparentemente frecuenta una iglesia evangélica y acude todos los días a rezar. Parece otro. Pero Marcela no cree que sea otro.
-En las noches me despierto con pesadillas. Sueño que viene a matarme- cuenta.
Al Tío Carlos lo acompaña su hermana, la madre de Marcela, con quien vive en una población de Talca. Desde un principio la mujer estuvo de parte del agresor. Lo mismo hizo cuando Marcela le confesó que ese hombre la violaba. Ninguno de sus ocho hermanos la ha visitado para saber como está. Si alguna vez eso le dio pena, ya no le importa.
-No me interesan. No quiero verlos más- dice.
Definitivamente Marcela es otra.

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